La fortaleza blanca, como venían a denominar a Alicante los cartagineses, griegos y romanos, es una ciudad que ciñe, con amplias avenidas y jardines, a su casco antiguo, conocido como El Barrio, entre el castillo de Santa Bárbara, en el monte de Benacantil, la Rambla de Méndez Núñez y la Explanada, con su paseo marítimo.
Del neoclásico al racionalismo, el urbanismo de Alicante florece en el primer cuarto del siglo XX. Un trazado moderno ha dado paso a un funcionalismo de cubos, que no ha logrado hacer desaparecer las callejas estrechas y empinadas del barrio de Santa Cruz.
Es aquí donde se localiza el Alicante monumental. Desde la playa del Postiguet se tiene acceso al Castillo de Santa Bárbara, el monumento más antiguo de la ciudad, y desde él, la mejor vista de Alicante. Edificadas sobre mezquitas, la actual iglesia de Santa María, de estilo barroco, y la concatedral de San Nicolás, de estilo herreriano del siglo XVII, junto con el Ayuntamiento, también barroco, están considerados monumentos históricoartísticos.
En la bajada al puerto romano, o puerto viejo, la «Casa de la Asegurada», en la calle Villavieja, alberga el museo de pinturas, esculturas y grabados del siglo XX, donados por el escultor y pintor Eusebio Sempere.
Pero la belleza de Alicante llega desde la mar. Del sur, en dirección hacia la isla de Tabarca, con una urbanización del siglo XVIII, abundancia de yacimientos arqueológicos, fondos marinos únicos, y buena comunicación desde el puerto de la capital.
Del norte, con las playas de la Albufereta y de San Juan, tras doblar el cabo de Huertas, que recoge en el verano los centros de reunión, copas, discotecas, etcétera, que el invierno, en un ambiente más estudiantil, reserva para la playa del Postiguet y el casco antiguo.
Y es también junto a la mar, en pleno paseo de la Explanada, donde el viajero amante de la música podrá escuchar conciertos todos los domingos de invierno por la mañana, que pasan a la tarde en verano.
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En esta fecha podemos disfrutar de una de las floraciones más bonitas, la de los almendros. Este fruto tiñe nuestros paisajes de blanco y rosa en muchos rincones de España.
Tiene tanto que ver que estoy buscando ya la ocasión de volver.