Fuentes Carrionas

Qué ver en Fuentes Carrionas

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Foto: sebastiánaguilar

Puede ser Cervera de Pisuerga, a mitad de camino entre los límites oriental y occidental de la provincia, buen lugar para partir en busca de los paisajes que ven nacer los ríos Carrión y Pisuerga. Brota el primero en el interior de un bastión montañoso, negro por el color de su piedra y temido por lo arriesgado de su ascensión, cuyo nombre, Curavacas, trae a cuento la ancestral tradición ganadera de estos lares. Nace sobre las laderas de la montaña, formando los ojos de verde intenso del Pozo de Curavacas, para resbalar por sus paredes hasta encauzarse en el largo y escondido valle de Pineda. Son, además de fuentes, el corazón del inmenso entorno natural de Fuentes Carrionas. El Pisuerga, por su parte, elige la oscuridad de la tierra, que recorre durante kilómetros, antes de echarse al mundo por la oquedad de la Cueva del Cobre, entre las laderas de la sierra de Cebollera y las caricias que le brinda la comarca palentina de Pernía.

Enclavada en el paso natural que comunica Cantabria con Palencia, Cervera de Pisuerga es el motor que da vida a este sector de la montaña. Abundan en sus calles los escudos, estandartes de la vieja hidalguía montañesa y las casonas, herencia de pasados esplendores.

Es preciso buscar la P-210, en dirección al parador de turismo, para adentrarse por los espectaculares paisajes de la conocida como “ruta de los pantanos”, la carretera que enlaza Cervera con Guardo, hilvanando hasta tres embalses distintos.

El primero de ellos, el de Cervera, es el único cuyas aguas no forman parte del Carrión, sino del Rivera. La forma más habitual de acceder a sus orillas es por el pueblo de Ruesga, al que se llega directamente desde Cervera. Una vez superada la cola de este embalse, a la altura del pueblo de Ventanilla, la carretera comienza a enredarse en un continuo de curvas y contracurvas, pauta que se mantendrá hasta que de nuevo, se tranquilice en las cercanías de Velilla del Río Carrión, 40 kilómetros después. Se circula entonces a los pies de la diosa montaña, de apariencia invencible y eterna. Dos son las referencias principales, Curavacas (2.520 metros), cúspide de la orografía palentina, y el venerado Espigüete (2.450 metros), protagonista de tantas excursiones montañeras. Y entre ambas, una corte celestial de moles de caliza recubiertas, de cuando en cuando, por rodales de abedul, pinares y algún hayedo. Conforma la Reserva Nacional de Fuentes Carrionas un extenso espacio natural protegido, con cerca de 45.000 hectáreas y un amplio muestrario faunístico. Incluso puede verse al oso pardo, cuyos últimos ejemplares de la cordillera Cantábrica aún deambulan por estas montañas utilizando sus tradicionales puertos de paso. Tampoco faltan en el trayecto pueblos de montaña, de estampa tan inolvidable, como Triollo, Vidrieros, Otero o Los Cardaños, el de Arriba y el de Abajo; ni miradores en los que pararse a contemplar la impresionante estampa de las cumbres nevadas sobre la superficie quieta, como el mejor de los espejos, de los embalses de Camporredondo o Compuerto.

Se encuentra a Pernía desde Cervera, buscando ahora las aguas del Pisuerga, y el viaje se ve inmerso en la revirada subida al Alto de Peñas Negras. Poco después, un improvisado mirador a la salida de una curva muestra bien la conformación de esta comarca. A sus pies, en el embalse de Requejada, el nuevo Vañes contempla las aguas que sepultaron a su anteccesor. A la derecha se abre el valle de Castillería, que acoge a Verdeña, Estalaya, San Felices, Herreruela y Celada de Roblecedo. Al lado contrario, una carretera sube a Polentinos, segunda población en importancia de la zona. Y por el centro, el valle que abre el recién nacido río Pisuerga. La carretera lleva, por San Salvador, Areños y Camasobres, hasta el pueblo más alto, Piedrasluengas, cuyo cercano mirador cuelga sobre el cántabro valle de Liébana y Picos de Europa

Si se persigue arte, baste citar la espadaña románica del templo de San Felices y las pinturas murales de su ermita (siglo XIV); la histórica abadía de Lebanza, con moradores ya en el siglo IX, aunque la planta actual sea muy posterior; los templos de El Campo, Lores, Arenos y Estalaya. Pero, desde luego, la joya artística de Pernía es la colegiata de San Salvador. Fundada por una sobrina de Fernando I, su nave tiene crucero y triple ábside. La gran espadaña alberga cuatro arcos abiertos. La impresionante y serena belleza de su interior remata en la contemplación minuciosa de las columnillas del altar.

Todo este patrimonio es fruto de una cultura montañesa que aún hoy puede descubrirse. La arquitectura popular es buena, abundante y, en muchos casos, usada todavía para la labor ganadera, forma tradicional de vida de la comarca, junto con la ya casi extinta minería.

Y todo según se viaja por la increíble Naturaleza de estas montañas. La omnipresencia del bosque autóctono, cargado de nieve o festoneado por el verdor de los prados, se entrevera aquí de abedul, algo de pino, chopo, abundante brezo, retama y hierbas, cobijo para la abundante vida animal que ha hecho de esta tierra su privilegiada y hermosa casa.

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