La ciudad es un auténtico museo de la arquitectura. Todas las épocas y todos los estilos dejaron aquí sus creaciones más representativas. Los edificios salmantinos están construidos en piedra de las cercanas canteras de Villamayor, blanda como el asperón que, finamente trabajada, produjo en el siglo XVI la maravillosa filigrana de un arte que, por ello, fue llamado plateresco. Es una piedra compuesta por mineral de hierro que se endurece y oxida en contacto con el aire, para tomar el bello color dorado que caracteriza a la ciudad.
Si la piedra dorada es la materia de Salamanca, su espíritu se concreta en la ciencia y la cultura, en el estilo de vida universitario, intelectual y juvenil, que se inicia ya en 1218 cuando Alfonso IX erige la Universidad, casi al mismo tiempo que aparecían las de París y Bolonia. El alma de Salamanca está en sus facultades y bibliotecas, y en el bullicio y la alegría de sus días y sus noches en torno a su Plaza Mayor, una de las más hermosas de Europa.
Un alma que se completa expresada también en la seriedad del caballista charro, custodio de las reses bravas (recordado en un bello monumento de Venancio Blanco en la Plaza de España) y en la sobriedad del estilo propio de sus toreros: la escuela salmantina.
Los autores de todos los tiempos nos hablaron de Salamanca directamente o a través de sus personajes: Calixto y Melibea (con su Huerto y la Peña Celestina en las murallas), el ciego y su guía, el pequeño Lázaro (Lazarillo de Tormes, en su monumento junto al puente), o el «Licenciado Vidriera», novela donde Cervantes escribiría, como recuerda una lápida en la monumental Plaza de Anaya, que «Salamanca enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado».
Las esculturas, que recuerdan la vinculación a Salamanca de las principales figuras de la historia intelectual española, se alzan en las plazas de la ciudad: aquí están, Cristóbal Colón (en la plaza de su nombre), el catedrático y poeta Fray Luis de León (ante la Universidad), Santa Teresa (frente a su casa, en su actual plaza), el jurista P. Vitoria (delante de su grandioso convento dominico de San Esteban), Nebrija, el creador de la gramática española (junto a la iglesia de San Marcos), el poeta Gabriel y Galán (entre sus personajes en el Ama y la Montaraza, en la plaza a la que da su nombre)... Tantos y tantos hasta llegar a don Miguel de Unamuno ( representado en soberbia escultura por Pablo Serrano al pie del ábside gótico de Las Ursulas, y frente a la plateresca Casa de las Muertes), que tan bien captaría tanto el espíritu como la renaciente maravilla de sus piedras, al decir en sus versos:
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