Peñafiel

30 Nov 2014 Jennifer García Sin Comentarios

Desde Valladolid, directamente siguiendo la N-122 en dirección a Aranda de Duero.

Desde el castillo resulta más fácil entender por qué tanto ahínco en el pasado para hacerse con esta peña abarquillada, por qué tantos novios empeñados en la conquista de este otero. Desde las almenas el barco mejor varado de la frontera del Duero en tiempo de reconquistas, dimes y diretes entre moros y cristianos se guardaba, y se guarda, la llave de una puerta que se abre hacia siete valles distintos. Desde lo alto de esta nave de tierra adentro se vigilaba, y aún se atisba, el transcurrir de la vida de un ramillete de pueblos, mezclados entre el verde de los viñedos y el verde de los pinares; entre el amarillo de las espigas y el blanco de sus caminos.

penafiel

Mirador privilegiado al que la leyenda atribuyó ser «la más fiel peña de Castilla», Peñafiel se pone ya a punto para constituirse en Museo Provincial del Vino, el valor que hoy por hoy más se cotiza como motor imparable para el relanzamiento económico de la zona.

Los que saben lo describen como un ejemplo perfecto de «castillo de sierra», de tanto como se pega a la peña, de tanto como se adapta a la base sobre la que se apoyan sus blancas piedras procedentes del pueblo de Campaspero. También dicen que junto con la fortaleza califal de Gormaz, es el más bello tesoro de la arquitectura medieval española.

Su origen viene de un tiempo batallador en el que los encontronazos entre el Califato cordobés y los condes castellanos del siglo X eran el pan de cada día, siendo defendido, en primer lugar, por el conde Garci Fernández, quien lo perdió ante el empuje de Almanzor en el 990. De nuevo volvió al poder cristiano en el 1013, ahora de la mano de Sancho García, hijo de su primer defensor.

De entre ese laberinto sobresale, como un pulmón que dejara sitio para que circule el aire, su plaza del Coso, espacio abierto utilizado en el pasado como plaza de torneos medievales y de justas, y de las corridas de toros que hasta hoy mismo se celebran durante las fiestas de San Roque.

El imprescindible callejeo conduce, en el orden que se prefiera, hacia sus muchos templos, como el de San Pablo, convento que se levantó en 1324.

Otra iglesia, la de Santa María, es sede del Museo Comarcal de Arte Sacro. Levantada a caballo de los siglos XIV y XV, frente al Ayuntamiento, fue siempre el corazón religioso de la villa. Hoy, junto a la figura de su patrona Nuestra Señora de la Asunción, se ha reunido una estupenda colección de escultura, orfebrería y pintura, procedentes sus piezas del amplio rosario de parroquias diseminadas por la comarca. Especial mención merece la muestra que lleva por título La Cruz Alzada, recopilación maravillosa de las cruces procesionales de las poblaciones del contorno, tesoros en plata la mayoría de ellas, que permanecerá en el templo hasta mediados de septiembre.

Junto a la calle del Hospital, subiendo algunas desde la iglesia de Santa María, se yergue la torre del Reloj, postrer vestigio de la desaparecida, como tantas otras, iglesia de San Esteban. Si «quien tuvo», retuvo», de la importancia de la villa en otros tiempos baste decir que se contaron entre sus calles hasta 18, entre iglesias, ermitas y conventos. Nada lejos de este Reloj, encajado en la torre en el siglo XIX, queda la Casa Museo de la Ribera.

Hacia el costado contrario de la población quedan la iglesia de San Miguel de Reoyo, que conserva la cabecera del edificio románico sobre el que se asienta, convertida en capilla bautismal; y la de Santa Clara, fundada en 1607 por doña Isabel de la Cueva, que se orna con retablos salomónicos del siglo XVIII.

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