Las umbrías del Guadalbarbo, con su profundo foso de rápidas pendientes, guardaron siempre este lugar de la curiosidad ajena", escribió el andariego Juan Bernier del "viejo Obejo". Y así es: el aislamiento preserva a Obejo de nocivas contaminaciones. Su blanco y pintoresco caserío se asienta, humilde y altivo, sobre una alargada loma, protegido por la verde serranía.
Los historiadores identifican Obejo con la población árabe de Ubal -topónimo derivado de uballa, nombre mozárabe de una uva silvestre-, vigilante del antiguo camino de Córdoba a Toledo. Fernando III conquistó la villa en 1237, y seis años más tarde la donó a Córdoba, en cuya jurisdicción quedó integrada.