Cuevas de Altamira

Cuevas de Altamira

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El arte prehistórico tiene su más importante monumento en las cuevas de Altamira, que están situadas junto a Santillana del Mar, población que por sí sola es una joya artística. Aunque su descubrimiento fue casual por un cazador en 1.868, y en un principio se llamó la cueva de Juan Montero, la apreciación de su valor y su estudio fue obra de Marcelino Sáinz de Sautuola, dinámico promotor al que también se debe la introducción del eucalipto en los bosques de Cantabria.
Su descubrimiento revolucionó totalmente los criterios que se tenían sobre el grado cultural del hombre paleolítico, confirmando una sensibilidad especial, bien por la religiosidad, bien por los aspectos mágicos.
Los dibujos, que se remontan a unos 14.000 años, se pueden ver sobre todo en los techos de las cuevas, y representan bisontes, ciervos, jabalíes, caballos... Están realizadas con pinturas ocres naturales de rojo color sangre y contorneadas en negro. La longitud total de la cueva que es de unos 270 metros y de trazado irregular, consta de un vestíbulo y una galería, pero la sala lateral que contiene las mejores pinturas está a solo 30 metros de la entrada y sus dimensiones son 18 m. de largo, 9 de ancho y de 1,1 a 2,65 m. de altura. En ella se ofrecen en paredes y techo representaciones de caballos y bisontes, una cierva, un jabalí, en rojo, en ocre y en negro. En el resto de galerías existen otros grabados y pinturas aunque en menor proporción. Consisten principalmente en figuras de animales, pintadas en negro o grabadas, y líneas y signos diversos (tectiformes). El pintor se sirvió de las partes más salientes del recinto para hacer una especie de modelado en las figuras y darles relieve y bulto.
Los útiles de piedra, hueso o asta encontrados en el vestíbulo, que fue empleado como lugar de habitación proceden sobre todo de las capas correspondientes al solutrense superior y al magadaleniense inferior. En el magadaleniense medio se derrumbó parte de la bóveda, y en esta etapa la cueva sería abandonada.
La mayoría de las representaciones de arte rupestre cubren el techo del gran salón próximo a la entrada. La mayoría de ellas policromadas, predominando las reproducciones de bisontes en diversas actitudes, que se intentó expresar con mayor relieve ajustándolas a las protuberancias de la roca. Merecen destacarse además dos jabalíes, una gran cierva de 2,12 m de longitud, varias manos y ocho antropomorfos grabados. Los colores más usados fueron el negro, el rojo, el amarillo, el pardo y algún tono violáceo.
El conjunto de 70 grabados incisos sobre roca y casi 100 figuras pintadas impresiona por el vivo realismo de bisontes, ciervos, jabalíes y caballos allí representados, pero lo que da más valor al arte rupestre de la cueva de Altamira es el carácter excepcional de su policromía. Las pinturas de Altamira pueden considerarse como el logro más avanzado, (culturalmente), que se tiene de la época paleolítica.

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