Samos

Qué ver en Samos

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Foto: Seara

La historia del municipio está íntimamente ligada a la de su monasterio; ya que la apacibilidad de sus tierras la convirtió en un lugar ideal para la oración y el retiro.

Su antiguo nombre fue "Sámanos", que, según el padre Sarmiento, es una voz gótica o sueva, que hace referencia al lugar habitado por una comunidad religiosa. Sus orígenes se remontan a época visigoda, como lo confirma la inscripción descubierta en 1753, según la cual Ermefredo, obispo de Lugo, describe poéticamente la restauración por él realizada en el viejo cenobio. Con toda seguridad se puede situar su fundación en tiempos de San Martín de Dumio -siglo VI-, introduciendo, con posterioridad, Ermefredo, las normas de la "Regula monachorum de San Fructuoso". Poco a poco la comunidad va aumentando y estableciendo los patrones de convivencia diaria: rezos y trabajos.

En el año 714, con la llegada de los moros a Lugo, el monasterio quedó abandonado durante un corto espacio de tiempo. En el reinado de Fruela I (757-768), llegaron del sur peninsular el abad Argerico y su hermana Sarra, acompañados por un grupo de monjes, para solicitar al monarca astur un lugar apto en el que pudiesen practicar la vida monástica, asignándoles el lugar de Samos y, fijándoles al mismo mediante diploma un coto de milla y media. Hacia el año 785, la observancia regular de la regla dio sus primeros frutos, al haber enviado a 6 de sus monjes a San Esteban y San Pablo de Calvor, para implantar allí vida cenobítica. En el año 768, tras el asesinato de Fruela, su hijo, el futuro Alfonso II el Casto, fue enviado a Samos con la finalidad de ponerlo a salvo de cualquier acechanza o peligro. Como prueba de agradecimiento, en el año 811, extendió un diploma en el que confirmaba "a los hermanos del lugar de Sámanos" las posesiones concedidas, al abad Argerico, por su padre. La vida monástica en Samos en los primeros siglos de la Reconquista siguió desarrollándose conforme a los cánones de la tradición visigótica, con predominio de las reglas autóctonas de San Isidoro y de San Fructuoso. En el siglo X (920), la observancia regular sufre un quebranto, hasta tal punto que su iglesia quedó reducida a simple parroquia. Fue entonces, cuando a ruegos de dos nobles gallegos, Arias y Gutier Menéndez, acude a remediar el mal San Virila, quien gobernaba la comunidad de Penamaior, en la cercana Becerreá. San Virila envía a 17 monjes selectos, quienes, después de vencer serias dificultades iniciales, lograron cimentar sólidamente la vida monástica hasta la exclaustración del siglo XIX. En el siglo XII se difunden los estatutos cluniacienses y, con ellos la implantación de la Regla de San Benito en los cenobios gallegos, aunque día de particular gozo para la familia samonense fue aquél en que recibió la bula del papa Alejandro III en septiembre de 1175, mediante la cual la abadía ejercía sus derechos jurisdiccionales y económicos por un total de 105 iglesias, esparcidas por toda la región y por el vecino Bierzo. En las postrimerías del siglo XV, los Reyes Católicos implantaron en los monasterios benedictinos una reforma urgente, de la mano de la Congregación de la Observancia de San Benito de Valladolid. Desde 1505 Samos se incorporó a ella y, los frutos no tardaron en llegar: saneamiento económico y formación monacal.

Los siglos XVII y XVIII son años de intensa actividad constructora para la comunidad, indicio de su holgada situación económica. En los inicios del siglo XIX, mientras gobernaba la casa el padre Pablo Colmenares, algunos departamentos del monasterio hicieron las veces de hospital militar, llegando a albergar a 800 enfermos. Durante el Trienio Liberal, los aires eran adversos para la comunidad religiosa en general y, la exclaustración del trienio fue un preludio de la que había de ser la definitiva en el año 1835. De los 37 monjes que vivían en el monasterio, sólo tres permanecieron en Samos y, la gran mole edificativa comienza a deteriorarse; así, en el año 1848 el Estado se lo entrega al Ayuntamiento de Samos para que lo utilice en servicios públicos, con la condición de conservarlo y restaurarlo; más al no disponer de fondos suficientes, se lo devuelve al Estado en 1862, quien ese mismo año se lo cede al obispo de Lugo con la misma condición, siendo destinado a casa de misiones. Una vez más, los acontecimientos políticos dieron al traste con la perspectivas y, no es hasta el año 1880, tras 45 años de abandono, cuando el viejo cenobio recobra una nueva vida con la llegada de 9 monjes de la antigua Congregación de Valladolid. Tras unos primeros años de dura lucha y restauración, la comunidad logra incrementarse y adaptarse a las necesidades y demandas de la sociedad actual: hospedería monástica y apertura de un Colegio Menor en la casa filial de San Vicente del Pino, en Monforte de Lemos.

Finalmente, mencionar que el Camino de Santiago cruza estas tierras, constituyéndose en un lugar de paso o pernocta obligada para millares de peregrinos que se acercan hasta Samos ávidos por conocer su monasterio.

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Opiniones sobre Samos

Martiña
Es un pueblecito precioso, relajante y donde pasar unos dias con la maxima tranquilidad,buena comida...En fin me encante
01/08/2010 16:57


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