Mi chico y yo estubimos a finales de Septiembre. Tan sólo fuimos cuatro días, pero fueron inolvidables.
La casa es preciosa, creo que del siglo XVII. Al entrar un delicioso olor a hogar te invade. Paredes de piedra. Continuas por el pasillo y te sorprende un saloncito donde parece que se ha detenido el tiempo. Antiguedades decoran cada rincón.En un lado hay una gran chimenea, con un caldero... Casi esperas encontrarte en algún momento una meiga sentada allí.
Un poco más alante, un comedor precioso, muy rústico, decorado con planchas de antaño, herramientas del campo y cámaras de fotos antiguas.
La habitación en la que nos alojamos tenía mucho encanto. La mitad de las paredes de piedra y la otra mitad azul cielo. La cama rodeada por una mosquitera blanca, y el baño tenía un grifo de piedra precioso.
Pero, por si esto fuera poco, lo cierto es que la mayor sorpresa que nos llevamos fue el encanto de los dueños. Gente encantadora. Emilio y María, con su cariño y simpatía, nos hicieron sentir como en casa. A demás, María supo ofrecernos una información muy completa de dónde ir y como llegar hasta allí.
Tan sólo desayunamos una mañana allí, porque los demás días no nos dió tiempo, pero nos quedamos con ganas de repetir porque el desayuno era delicioso.
Qué pena que tan sólo fueran cuatro días, pero qué buen sabor nos dejaron...
De verdad que nosotros nos llevamos muy buen recuerdo. Yo lo recomiendo sin dudarlo
La casa es preciosa, creo que del siglo XVII. Al entrar un delicioso olor a hogar te invade. Paredes de piedra. Continuas por el pasillo y te sorprende un saloncito donde parece que se ha detenido el tiempo. Antiguedades decoran cada rincón.En un lado hay una gran chimenea, con un caldero... Casi esperas encontrarte en algún momento una meiga sentada allí.
Un poco más alante, un comedor precioso, muy rústico, decorado con planchas de antaño, herramientas del campo y cámaras de fotos antiguas.
La habitación en la que nos alojamos tenía mucho encanto. La mitad de las paredes de piedra y la otra mitad azul cielo. La cama rodeada por una mosquitera blanca, y el baño tenía un grifo de piedra precioso.
Pero, por si esto fuera poco, lo cierto es que la mayor sorpresa que nos llevamos fue el encanto de los dueños. Gente encantadora. Emilio y María, con su cariño y simpatía, nos hicieron sentir como en casa. A demás, María supo ofrecernos una información muy completa de dónde ir y como llegar hasta allí.
Tan sólo desayunamos una mañana allí, porque los demás días no nos dió tiempo, pero nos quedamos con ganas de repetir porque el desayuno era delicioso.
Qué pena que tan sólo fueran cuatro días, pero qué buen sabor nos dejaron...
De verdad que nosotros nos llevamos muy buen recuerdo. Yo lo recomiendo sin dudarlo